viernes, 9 de marzo de 2012

Veintiuno.

 Gracias a todas las que habéis esperado a un nuevo capítulo, de verdad. Siento mucho el haber tardado casi cuatro meses sin dar señal pero creo que necesitaba un tiempo de reflexión. Es una parte muy corta e intentaré subir lo más pronto posible, no más de una semana. Gracias. A esas personas que, aunque no sigamos hablando, siguen siendo tan importantes para mí como el primer día.


                                                       **



- ¿Y tú de dónde eres?.- Preguntó mientras daba un sorbo a su café.
- España… Que raro que no lo hayas descubierto por mi acento.-Reí.
- No se nota. Te podría haber distinguido mejor por tus rasgos.


Habíamos ido a una cafetería Hayley y yo. El día estaba revuelto, sin una condición estable y para ser un miércoles por la tarde, las cosas estaban demasiado calmadas respecto a la universidad. La cuenta de los días que llevaba sin verle la llevaba un poco apartada de lo demás y Kate había tenido que ir a un pueblo cercano a Londres debido a la muerte de su abuelo. La verdad es que Hayley era demasiado parecida a mí.


- Cantia, ¿en qué piensas?
- ¿Eh?.- Dije incorporándome.- No, nada… lo siento.
- He estado hablando con la pared durante… tres minutos. ¡Oh sí!.- Reímos.
- ¿Y sobre que habéis estado hablando?.- Dije frunciendo el ceño.
- Sobre que la semana que viene comienzo a dar clases en una academia.
- ¿En serio?
- ¡Sí!
- ¡Te odio! Me apuntaré para asesinarte y quedarme con tu puesto.
- No podrás.
- No, la verdad es que no…- Reí.- Oye… ¿a qué universidad vas?
- Pues creo que a la misma que tú… 
- ¿Sí? Nunca te he visto.- Dije mirando hacia la nube que poco a poco se hundía en mi café.
- Pues yo a ti si y fue cuando te caíste en el pasillo del laboratorio de la segunda planta…
- Joder.
- Tranquila, creo que fui la única que te vio.- Reímos.


La tarde fue distinta, una de esas que no quieres que acabe jamás o que desearías pasar más de una vez. Llegamos a casa después de haber invadido todas las librerías de la zona y dimos paso a una gran charla sobre gustos musicales.


La noche llegó. Otra vez volvía a escuchar las gotas golpear fuertemente la ventana. Ese sonido se había ausentado días atrás. Había estado hablando con Gabriel mientras cenaba y me contó que le habían dado una beca para ir a estudiar a Alemania. No me apetecía pensar en cuantos kilómetros más me separarían de él. 


El único alma que compartía mi dicha soledad, me había abandonado por un par de mantas y unos cojines a quince metros de mí y tras pasar media hora sin saber que hacer mientras miraba a cualquier esquina del salón, decidí subir a mi pequeña ‘biblioteca’ y coger algo que me hiciese servir para algo. El libro resultó ser una antigua novela romántica, con un final un tanto contradictorio, del siglo dieciocho que me regaló mi tía cuando aún no sabía muy bien el que pensar acerca de asuntos tan simples como el hecho de aceptar lo que se fue, pero jamás había tenido las ganas suficientes para continuar más allá de la página cincuenta. Me acurruqué en la antigua mecedora que compré sin motivo en una tienda de antigüedades. La manta dejaba entrever mis calcetines morados y la pequeña lámpara que reposaba en la esquina de mi vera, hacía que las contadas lágrimas que caían sin permiso alguno pareciesen más sumisas.


‘Resultó ser que lo que yo creía, perfecto e inseparable, era algo confuso y sin el mismo sentido con el que yo contaba. Resultó ser que yo salí perdiendo, haciendo que un gran abismo se abriese entre la realidad y mis ganas de vivir. Como un pulso en el que sabes que acabarás perdiendo… así me sentí yo tras esa gran tormenta, deseando caer en el vacío y esperando que algo lejano me esperase o no, simplemente quería morir.’

Mi móvil comenzó a sonar, liberándome del gran tormento al que había conseguido involucrarme gracias a las palabras de la autora. Me limité a susurrar un pequeño ‘¿Sí?’ entrecortado mientras borraba las huellas de lo que podrían haber sido un gran holocausto.


- ¿Cantia?¿Qué te pasa?.- Dijo una voz impaciente.
- Nada.- Reí levemente.
- Dímelo…
- Que no me pasa nada Dougie.
- Cantia, por favor…
- Pues que resulta que esta noche estoy con la sensibilidad a flor de piel.
- ¿Por qué?.
- Una absurda historia sin un final feliz.
- ¿Estás leyendo?
- No, que va.- Reí mientras cerraba el libro.- ¿Y qué tal el día cosa rara?
- Pues genial, como todos los días que constan con un concierto a partir de las ocho. ¿Cosa rara?.- Preguntó extrañado.
- ¿Qué pasa? ¿Tienes algún nombre que te identifique mejor?.
- Sí.- Rió.
- ¿Y cuál es?
- Dougie.
- Te odio.
- Te echo de menos.


Que alguien apareciese, me llamase y me dijese eso, era lo que menos necesitaba, es decir, que esa simple frase y dicha por alguien al que quieres, hizo que comenzase a notar como las lágrimas golpeaban violentamente mis párpados, intentando obligarles a abrirse, cosa que no forcé.


- Yo también…

Después de unos cuantos abrazos a distancia, bajé a la cocina y me preparé un vaso de leche caliente. Era casi medianoche. Kate me había escrito un mensaje para quedar al día siguiente con ella para dar una vuelta por el centro e ir a comprar unos libros para la universidad. 
Fui al salón y me senté en el sofá con el ordenador para escribir algunas cosas que me venían a la cabeza. Ahora entendía lo que me decía Gabriel, ‘una de ciencias a la que se le da demasiado bien eso de escribir’. Mientras escribía, vi como en una de las ventanas del ordenador, Gabriel me llamaba desde el Skype. Estuvimos hablando sobre todo y nada a la vez y me pasó algunas pequeñas tesis que tenía preparadas para el año siguiente. Hablar con él durante casi una hora fue como respirar: sin darte cuenta pasa el tiempo y tu vida se consume un poco más.


Ya eran las doce y cuarto y había quedado con Kate a y media. Llegaría tarde. Abrí el buzón y como siempre, miré sin ver de quién procedían las cartas. Rutina. 

Fui con Kate a una tienda nueva que habían abierto hacía un mes pero mis queridos exámenes finales me habían retenido en casa más tiempo del normal. Dejé a Kate perdida entre los libros de patologías mientras yo me perdía entre los de anatomía. Éramos tal para cual. Después de estar más de tres cuartos de hora recorriendo las tres plantas repletas de libros, fuimos a comer a un pequeño restaurante italiano y con la tontería, me acordé del último día con Dougie.


- Cantia, te voy a hacer un hijo.
- Intentemos establecer una comunicación como personas normales.
- Sabes que no lo somos.
- He dicho que intentemos.
- Me parece muy bien. ¿Qué podemos hacer esta tarde?
- Ir a mi o tu casa, no estaría mal, ver películas y comer grasas saturadas. 
- ¿A mi casa? Tía, la tuya es más normal, la mía es anormal.
- Te voy a quitar la palabra ‘normal’ de tu cabeza.
- Vale. Y si a eso de comer grasas saturadas le sumamos unas cervezas, luego salimos un rato…
- Kate, es domingo. Mañana lunes… si salimos, mátame.
- No a ver, tampoco te pongas así… Vamos a tu casa y lo que surja…
- Bien… Oye, me tienes que ayudar a buscar a un tío de no se sabe dónde, ¿vale?
- Sí pero eso lo hacemos otro día.- Dijo mientras me empujaba hacia la sociedad revuelta de Londres.


Después de ver Un paseo para recordar y El paciente inglés, acabamos en las escaleras de la parada de metro más cercana cantando un amplio repertorio casi intangible a las diez de la noche.



                                                     **

3 comentarios:

  1. Había echado de menos yo este fic! jajaja
    Me alegro que estés de vuelta! :)
    <3

    ResponderEliminar
  2. Te quiero. Aquí, a mi lado.
    Muchos abrazos a distancia para ti.

    ResponderEliminar
  3. por cierto soy CHERRY, y que sepas que tengo ganas del próximo capítulo
    Además durante estos meses he tenido unas ganas de que escribiaras, cada vez que cogía el ordenador(muy pocas veces que lo cogia) miraba haber si habias escrito, y que sepas que me he alegrado mucho, y espero que sigas escribiendo

    una última cosilla, debería de haber un boton de ME ENCANTA!!

    ResponderEliminar