sábado, 8 de octubre de 2011

Capítulo IV

Me había despertado temprano. Dormir en el sofá no es lo más cómodo para descansar. Nada más levantarme fui a la cocina y me preparé mi típico desayuno:
- Mi taza de Coco.
- Leche.
- Cacao.
- Nata montada.
Preparé todo y desayuné sentada en el mármol de la cocina siendo observada con odio y deseo por parte de Luna. Después subí las escaleras y subí a mi habitación. Mi apartamento era un dúplex, pequeño y acogedor. Mi habitación era agaterada. Estaba llena de fotos con mis amigos, de recuerdos y para mí, era perfecta, pero lo que más me importaba de ella era mis guitarras y mi pequeño teclado. Allí pasaba tardes y noches escribiendo y expresando cada sentimiento y mi forma de ser... Abrí el armario y cogí unos vaqueros, mi jersey de punto gordo beis, mis botas marrones y un fular largo gris. Después fui al cuarto de baño para arreglarme un poco. Dejé mi melena negra suelta adornada con sus pequeñas ondas. Me pinté un poco el rímel pero no me pinté nada más. Me gustaba lo natural. Bajé y antes de salir por casa cogí mi bolso y mi gabardina gris. En el bolso metí las llaves de casa, la cartera, el libro que me estaba leyendo y el móvil. No tenía pensado ir en coche, eran las nueve de la mañana y esa mañana me apetecía pasear. Puse a Luna su collarín y cogí su correa. Salí de casa y fui hasta un parque cercano que se encontraba cerca del supermercado en el que la noche anterior le conocí en persona. Estuve en el parque durante más de media hora, sentada en la hierba y leyendo. Disfrutando de que la ciudad todavía se encontraba dormida y desconectado de la universidad. Fui a casa y dejé a mi perra. Me apetecía ir a una tienda de música que se encontraba cerca de mi portal. Conocía al dueño, era Mike y allí había comprado el teclado. En España tenía mi piano de pared pero en la mudanza no podía traerle así que compré uno digital nada más llegar aquí.
Caminé hasta la tienda y entré. Eran las diez y pico, sólo había cuatro o cinco personas en la tienda contándome a mí. Al entrar Mike me saludó y estuvimos hablando. Fui hacia la zona de guitarras, bajos y demás. Estuve mirando algunos bajos, me gustaría poder aprender a tocarle algún día. La puerta de la tienda se abrió y como de costumbre, alcé la mirada para ver quién era. Por un momento el tiempo se paró y mis ojos y los suyos se encontraron. Era él. Pude ver como bajo la mirada y sonrió para sí mismo. Yo comencé a sentir como el rubor escalaba hasta instalarse en mis mejillas. Dougie saludó a Mike, ¿se conocían? Seguí mirando los bajos esperando a que todo volviese a la normalidad, que él hubiese sido un espejismo, pero noté una voz en mi oído que hizo que un escalofrío recorriese todo mi cuerpo.
- Son bonitos , ¿a que sí?
 Me giré y me encontré con esos ojos en los que la noche anterior me había perdido. 

- Eh-eh, Doug... sí, algún día me gustaría comprarme uno.
- No pensaba que nos íbamos a volver a encontrar pero ya veo que la suerte está de mi lado.
 Nos quedamos mirándonos sin darnos cuenta.
- Hahahaha sí, yo también lo pensaba... Bueno, ¿y qué hace tú por aquí?
- Pues creo que lo mismo que tú. Soñorita Patosa.
- Si es pasar el tiempo sin saber que hacer... bueno sí, observando unas de las cosas que más te gustan en la vida... es decir, ¡los instrumentos!.- Esa última frase la dije casi sin pensarlo, al principio tenía previsto decir otra cosa...
- Pues has dado en el clavo, aunque tenía previsto comprar un bajo pero da igual, ya lo haré otro día. Olle, ¿que te parece si salimos a desayunar por ahí?
- Dougie, no sé tú pero yo ya he desayunado.- Le sonreí y comencé a reírme. No sabía por qué.
- Ahora que lo dices... yo también. Bueno, ¿y si salimos a dar un paseo ahora que la ciudad está dormida?
- Me parece bien.- Le dijiste con una gran sonrisa.
Me sonrió y nos dirijimos hacia la salida de la tienda. Doug me abrió la puerta y me hizo la típica reverencia... En fin, era él. Antes de salir, se despidió de Mike con la mano y comenzamos a caminar sin rumbo fijo. 
 Antes de que pudiera darme cuenta, me encontrabas en una panadería. Doug estaba pidiendo unos bollitos rellenos de chocolate.  Cogió la bolsa y salismos.
- Dougie, ¿no habías desayunado?.- Dije riéndome.
- Sí pero... tengo hambre.
Comenzó a reírse en medio de la calle y yo no pude hacer otra cosa que contagiarme con aquella risa que tantas veces había oído en vídeos. 
 Me tendió la bolsa y cogí un bollo. 
- ¡Ya zé dónde pozremos ir!.- Me dijo con la boca llena.
- Miedo me das...- Comencé a reír.
- ¡Ei! ¿De qué te ríes tú pecosa? Por cierto, ya verás cómo te gusta.
 Esa última frase la acompaño con una perfecta y sucia sonrisa que me hizo mucha gracia.
- ¿Pecosa? Ah, y me río porque me haces mucha gracia hablando con la boca llena.
- Sí, pecosa. Me gustan tus pecas. Jo, te metes conmigo.
 Comenzó a lloriquear en broma. Me puse de puntilla y le di un pequeño abrazo.
- ¡Oh! No llores pequeño, tú sigue comiendo bollitos, ¿vale? Así que te gustan mis pecas, ¿eh?
- Chí, me hacen mucha gracia.- Dijo sonriente y con un brillo especial en sus ojos.
  Abrí la boca haciéndome la ofendida y Doug aprovechó para meterme un bollo en la boca. Empezó a reír.
- Cantia, como y calla. Ya hemos llegado.- Me dedicó una sonrisa.
 No me había dado cuenta pero llevábamos caminando más de quince minutos. Comencé a masticar con la boca abierta y mientras hacía sonidos raros a Dougie. Éste comenzó a reírse y le saqué la lengua. Me separé un momento de su mirada para observar el lugar en el que estábamos. Era un campo. Un campo rodeado de árboles y lleno de flores en plena primavera.
- ¿Dónde estamos?
- Bueno, es un sitio al que suelo venir cuando necesito desconectar. Suelen venir pocas personas y aquí puedo encontrar tranquilidad.
 Había niños jugando, personas sumergidas en su lectura, en su trabajo o simplemente capturando panorámicas de aquel hermoso paisaje.

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