sábado, 8 de octubre de 2011

Capítulo XI

Salió del coche y corrió hacia la casa de Tom. Miré el reloj. Las siete menos veinticinco, no iba a llegar a tiempo. Antes de arrancar miré por última vez a Dougie. Este estaba intentando abrir la puerta con todas las llaves pero su intención fue nula por lo que decidió llamar. Se removió el pelo y me sonrió. 
Salí de la urbanización y paré el coche en una acera para poder llamar a Gabriel y avisarle de mi retraso. Me dijo que no me preocupase, que me estaría esperando en la cafetería del aeropuerto y que tuviese cuidado en la carretera. Con un poco menos de presión, me encaminé al aeropuerto. Cada vez llovía más y los limpiaparabrisas no daban abasto. La carretera estaba totalmente colapsada por el tráfico hasta llegar al desvío para el aeropuerto. Al llegar, aparqué en el parking y antes de salir algo me vino a la cabeza. Dougie se había dejado el bajo en casa. Luego le llamaría. Me encaminé a la cafetería y pude ver a Gabriel. Se dio cuenta de mi presencia y comencé a correr hasta su posición. En menos de un minuto ya estaba abrazada a él como en los viejos tiempos. Le había echado de menos. Tan solo pude comenzar a sonreír como una niña pequeña. Él era como mi hermano mayor, me había ayudado demasiado, tanto en los buenos como en los malos momentos. Nos separamos y me bajó al suelo. 


- Pequeña, se te comenzaba a echar de menos.- Dijo sonriendo.
- Feo, se me hace raro hablar español.- Comencé a reírme.- ¿Se me comenzaba?.- Dije enfadada.
- No, se te echaba de menos, rectifico. Echaba de menos tu sarcasmo.
- En fin, me echabas de menos.- Le abracé.- Yo también.
- No cambias.
- Ni lo haré, já. Oye ¿sigues creciendo?
- No sé, yo creo que sí, ya sabes, Ángela me dio un buen entrenamiento y creceré de por vida.
- Creído.
- Modesta.


Comenzamos a reírnos y le pegué en el brazo. Gabriel es perfecto en todos los aspectos. Mide un metro ochenta y cinco. Me saca una cabeza y por eso se ríe de mí. Tiene unos ojos marrones tan profundos que cautivaban a cualquiera, al igual que su sonrisa. Tiene un pelo negro azabache exactamente del mismo color que el mío. Entre los dos formamos ‘El equipo Z’ y no sabemos por qué nos llamamos así, solamente significaba que nuestros cabellos eran del mismo color. Y ya os podéis imaginar el resto; eso es lo de menos porque lo que más me importa en una persona es realmente su forma de ser, y en ese aspecto Gabriel y yo éramos iguales. Teníamos un tipo de conexión inexplicable pero que los dos entendíamos. Los dos competimos en natación hasta que comenzamos a estudiar nuestras carreras y nuestra entrenadora se llamaba así, Ángela. Con él siempre había sido más estricta que con el resto debido a que Gabriel era el mejor del equipo en dos de los cuatro estilos que existen.






Gabriel cogió la maleta y nos dirigimos al parking. Le dije que fuese metiendo las cosas al maletero del coche mientras yo iba a pagar al cajero. No estaba muy lejos del coche, pero si lo suficiente como para poder llamar a Dougie sin que Gabriel me acribillase a preguntas. Saqué el móvil del bolsillo de la sudadera y le busqué en la agenda. Todavía tenía puesto ‘Mister X’, no pensaba cambiarlo. Llame y esperé todos los pitidos posibles hasta que me salió el contestador de Doug. Estaría ocupado, durmiendo o haciendo el bobo por casa de Tom. A los pocos segundos el móvil comenzó a sonar, era Dougie.


- ¡Pecas!.- Dijo animado.
- ¡Dougie!.- Dije riendo.- ¿Qué estabas haciendo tú para no cogerme, eh?
- Tocarme.
- Por favor, eres tonto.
- Hahahaha. No, estaba en la ducha y justo cuando iba a salir para coger el móvil, me he caído y has colgado.- Dijo riéndose.
- Pobrecito… ¿Estás bien?.-  Dijo preocupada.
- Sí, solamente me he abierto la cabeza, me he roto la muñeca y me estoy desangrando, pero tú tranquila.
- Te odio.
- Yo también. Cantia, ¿me llamabas para decirme algo, verdad?
- Sí, pero qué pasa, ¿qué no te puedo llamar?
- Por supuesto, a mí no me importa de verdad, me puedes llamar cuando quieras.- Dijo riendo.- Pero se me hace raro que me llames ahora…
- Pues ahora es el momento idóneo. Estoy en el cajero del parking, sola y sin nadie que me pregunte, ‘¿Quién es?’.
- Dougie Poynter al habla.
- Recibido. Te has dejado el bajo en mi casa.
- Es verdad… Da igual, ya paso… ¿pasado mañana te viene bien?
- Por mí puedes venir cuando quieras.
- Pero está Gabriel.
- ¡Qué más da! Pero como quieras.
- Ya paso pasado mejor, ¿voy a eso de las ocho? Es que por la tarde tengo que ir al estudio…
- ¿Por la mañana?
- Pues claro.- Comenzó a reír.
- Vale bien y así me acompañas a la universidad, que entro a las diez. 
- Como me utilizas.
- Ya ves… Bueno, me casaré con tu bajo, ¿vale? Es decir, si el martes llegas y no te contesta ni Luna, es porque me he ido con mi marido de vacaciones a Viena.
- Vale, te veo por Viena. 
- Que bobo eres.- Dije riendo.- Ey, que te dejo que me tengo que marchar ya para el coche que he dejado a Gabriel hablando solo y sospechará de mi presencia.
- Tranquila, yo voy a acabar de ducharme.
- Hasta pasado mañana torpe.
- ¡Eh! Que no ha sido mi culpa caerme.- Dijo ofendido.
- Tampoco fue la mía caerme en el supermercado.- Dije imitando su voz.
- Que chavala… Que te lo pases bien.
- Lo mismo digo. Un besito.- Dije feliz.
- Que buena eres…


Colgó y comencé a caminar hacia el coche. Tenía que contar demasiadas cosas a Gabriel. Al llegar, Gabriel me miró haciéndose en el ofendido y entré en el coche.

- Pequeña, ¿qué te has perdido de camino al cajero?
- Algo parecido, había mucha gente.


Ambos comenzamos a reír y Gabriel puso la radio. Sonaba jazz y eso hizo que me relajase. Durante el camino nuestras conversaciones variaban drásticamente. Me estuvo contando algunas anécdotas de España. Me dijo que había estado saliendo con una chica de la universidad durante tres meses, pero que lo habían dejado hacía escasamente un mes porque según ella eran ‘completamente distintos’ y obviamente, sacó el tema de mis relaciones. Él ya había sido informado sobre el bonito final de mi relación con aquel… bueno, calificativo aparte, gracias a Internet y sus queridas redes sociales, pero el tema Dougie sería hablado seriamente en el sofá de casa acompañados por unas cuantas cervezas. También me contó que estuvo hablando con Silvia por la noche y que le dijo que me dijese que dentro de dos meses vendría a visitarme. Tenía claro que en verano iría a España, concretamente a Santander, mi ciudad. Echaba de menos demasiadas cosas pero también he de admitir que la independencia y Londres están muy bien. 

Hubo un momento en el que Gabriel sacó su iPod y puso la canción indicada para que comenzase a pensar absolutamente en todo. Sonaba ‘Only One’ de Yellowcard. Esa canción la había escuchado varias veces acompañada de Adriana, una verdadera amiga, ycreo que esa letra había marcado nuestros dieciséis años de una manera impresionante. 


Eran las ocho menos veinte y todavía no habíamos llegado a casa. Gabriel dio la idea de ir a cenar a un McDonald’s, en realidad no me apetecía cocinar nada y si hubiésemos acabado cenando en casa, probablemente Gabriel habría tenido que cenar la tortilla de la noche pasada y yo me hubiese con un simple vaso de leche. Fuimos a un McDonald’s cercano a la carretera y cogimos la cena en el McAuto. Quince minutos después ya estábamos en casa, tirados en el sofá con la MTV puesta, hablando por teléfono con Silvia, gracias al manos libres, y cenando nuestra sana cena acompañados de unas cervezas y la encantadora mirada de Luna. La conversación no pasó de temas tontos y de frases con doble sentido por parte de Silvia como ‘espero que no hagáis ninguna locura sin mí’ o ‘sed responsables y adultos y no hagáis tonterías por la noche’, nada raro comparado con las idioteces sumamente incoherentes que solía decir bajo los estragos causados por el alcohol. Di las gracias a Silvia de que no hubiese sacado el tema de Dougie, prefería contárselo yo. 


Entre los tres, no parábamos de reír y de recodar los buenos tiempos una y otra vez pero nada más colgar a Silvia recibí una llamada de mis padres. Llevaba sin hablar con ellos cuatro días y eso era totalmente extraño. Les conté lo mismo de siempre y añadí la pequeña visita de Gabriel. También les dije que en menos de tres meses me tendrían de vuelta en casa y que diesen recuerdos a toda la familia pero antes de despedirme, tuve mi maravillosa conversación con mi padre. Siempre sabe sacarme una sonrisa y hacer ver la realidad tal y como es pero ante todo, me había enseñado a ser yo y a saber cometer un error, aprender la lección y levantarme a cada caída. Es un gran apoyo para mí y siempre lo será, pase lo que pase. 


Acabamos de cenar y entre los dos intentamos dejar el salón y la cocina lo más recogido posible. Gabriel me miró y ambos sonreímos mientras cogía dos packs de cervezas. Esa noche iba a acabar siendo demasiado sincera. Nos sentamos en el sofá y Gabriel bajó el volumen de la televisión. 


- Cantia, cuéntame eso que me tienes que contar.
- Eh… ¿Cómo sabes que te tengo que contar algo?.- Pregunté extrañada.
- Tengo telepatía, ¿no lo sabías?.- Dijo son sarcasmo.- Pues a ver, te conozco desde hace ocho años y sé que algo te pasa por esa cabeza y además, somos tres.


Vale, ya decía yo que era raro que Silvia no le hubiese dicho nada, al fin y al cabo tenía razón, somos tres. Creo que comencé a contarle todo empezando por el final, es decir, la última llamada de Dougie. 



                                                    **



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